Los fundamentos de la política monetaria
Los bancos centrales están dejando atrás la lucha contra la inflación para centrarse en el crecimiento cíclico y el empleo. La cuestión que plantea actualmente el mercado es cuántos recortes provocará este cambio de enfoque, aunque, en mi opinión, las implicaciones son mucho más amplias. Los bancos centrales están relajando su política monetaria a pesar de que la inflación subyacente continúa muy por encima de los objetivos en la mayoría de los países, mientras que las tasas de desempleo se mantienen cerca de mínimos históricos. Esta aparente reticencia a poner en práctica el remedio que acerque la inflación de nuevo al objetivo, me hace estar más seguro de que la economía global se encuentra en las primeras etapas de una tendencia inflacionaria al alza a largo plazo. Hay varias razones estructurales que explican este aumento, pero la principal es que el régimen de política monetaria vigente desde mediados de los noventa se está desmoronando.
Los bancos centrales están, de hecho, atrapados en una trampa que ellos mismos han creado. En su afán por eliminar el riesgo de deflación, los bancos centrales se convirtieron, de facto, en entidades fiscales. La compra de deuda pública y, en algunos casos destacados, la adopción de tipos de interés negativos son decisiones de índole fiscal, más que monetaria, que tienen enormes repercusiones sociales. Estas iniciativas de miembros (no electos democráticamente) han profundizado la brecha de riqueza al provocar que los precios de los activos se dispararan mientras el crecimiento real y la productividad permanecían estancados. Por si no fuera suficiente, los bancos centrales, tras haber facilitado la respuesta a la crisis del Covid, tardaron en reconocer el aumento asociado del coste de la vida y su impacto desproporcionado en los hogares con rentas más bajas. Cuando finalmente reaccionaron, lo hicieron principalmente a través del aumento de los tipos de interés en lugar de la venta de los activos que habían acumulado, lo que creó la percepción de que los bancos centrales habían optado por castigar al ciudadano corriente en lugar de a los pocos privilegiados que más habían ganado. Hoy somos testigos de las consecuencias políticas derivadas de estas acciones en gran parte del mundo desarrollado.
Según los bancos centrales, no tenían elección, ya que la alternativa era mucho peor. Si bien hay mucha verdad en esta afirmación, pasa por alto el hecho de que las instituciones no electas no pueden sobrepasar el umbral fiscal sin que haya consecuencias. Estas acciones cambian la percepción. A partir de ahora, los gobiernos querrán estar más involucrados en la política de los bancos centrales, ya que temen que sus miembros se adentren demasiado en el terreno fiscal.
En este clima de tensión política, intuyo que serán pocos los bancos centrales lo bastante valientes como para explicar que, para mantener bajos los salarios y la inflación, es necesario que aumente la tasa de desempleo. La reacción política sería considerable, especialmente en un año electoral. Esto significa que los bancos centrales estarán muy atentos a los primeros indicios de un aumento del desempleo, incluso si, como sugiere nuestro estudio, la tasa de desempleo necesaria para estabilizar el crecimiento salarial se ha incrementado.
Cuando un banco central deja de ver el mundo como un conjunto de probabilidades y, en su lugar, toma decisiones basadas en «costes» contrapuestos, pierde su verdadera independencia. Estamos asistiendo a una politización tácita de la política monetaria: en Japón ocurrió hace mucho tiempo y ahora está sucediendo en otros países, aunque de forma más sutil, al haberse ampliado las competencias de los bancos centrales. Un ejemplo es el número de exfuncionarios del Tesoro que han pasado a formar parte de sus filas. Además, es lógico que los bancos centrales opten por el camino más fácil para tratar de evitar un mayor escrutinio político.